lunes, 4 de septiembre de 2017

LA DIVINIDAD DE JESÚS, I PARTE


En este blog hemos tratado diversos temas, siempre con la intensión de realizar una investigación a la luz de lo que las escrituras nos señalan, en el cristianismo hay muchos dogmas que resultan intocables, y como dogmas que son, deben ser creídos no permitiéndose cuestionamiento alguno, pero en esta página creemos que debemos acceder a todos los temas con toda la responsabilidad que se merecen, y no aceptándolos solamente por tratarse de un tema que en determinado momento se zanjó como una verdad absoluta en algún concilio religioso; en esta oportunidad queremos referirnos a un importante tema como lo es la divinidad de Jesús, tema que esperamos tratar con la mayor responsabilidad y respeto, y entregar los argumentos para dejar claro un tema tan sensible como este.
Para comenzar es importante establecer, como lo hemos hecho en variadas oportunidades, la diferencia que existe entre una mirada hebrea de las escrituras y una mirada occidental de ellas, o más correctamente señalado, una mirada con una influencia netamente helénica. 
Este es un tema fundamental para comprender las escrituras en su contexto correcto, la imagen que tenemos de Jesús no escapa a esta idea, también la concepción de su imagen posee estas diferencias y dicotomía, por lo tanto a la luz de este importante antecedentes es válida la siguiente pregunta ¿Existen dos Jesús distintos?, parece una pregunta extraña, sin embargo podemos señalar y establecer esta diferencia entre el Yeshua Mesías hebreo y el Jesús Cristo griego, y esta diferencia se puede apreciar de mejor manera en la forma como comprendemos sus enseñanzas y las acciones que realizaba, una mirada hebrea y una mirada griega hacen una diferencia importante y nos cambian de manera rotunda muchas de sus palabras y de sus enseñanzas, con estas diferencias surge también una importante interrogante como es el tema sobre su divinidad, materia que en este espacio esperamos ir esclareciendo.

La visión cristiana sobre la persona de Jesucristo es que es un ser increado, que es parte de una trinidad, la segunda persona de aquella deidad cristiana que se encarnó y vino a vivir entre nosotros, completamente humano y completamente Dios a la vez, que vino a sufrir y a morir por los pecadores. Recordemos que esta postura se impuso en el Concilio de Nicea convocado por el Emperador romano Constantino en el año 325 de nuestra era. Por otra parte la figura que hasta el día de hoy tienen los judíos sobre su mesías es la imagen de un líder guerrero, de un Rey descendiente de David, que los ha de liberar de las opresiones a las que han sido sometidos a través de la historia, donde todo armamento será destruido trayendo paz a toda la tierra y donde ya no habrá más muerte, entre otras características. ¿Pueden ser excluyentes estas miradas? O ¿Pueden ser complementarias?, quizás podamos inclinarnos por la segunda opción, sin embargo antes de eso es importante destacar algunos detalles importantes.


Aquella imagen de un monarca divino no es exclusiva de la tradición cristiana, en la antigüedad se solía divinizar la figura del Rey que se imponía sobre otros reinos y se alzaba con el poder de un determinado imperio, el faraón egipcio, el rey Asirio, el Rey Babilónico, y los reyes persas, son ejemplos de ello. Sin embargo, y a pesar de que esta figura divina ya existían en el mundo antiguo, va a surgir una figura que vino a romper todos los moldes y que se convirtió en el mayor conquistador del mundo antiguo, un hombre admirado desde Julio Cesar hasta el General Estadounidense de la Segunda Guerra Mundial George Patton, como dijo el historiador griego  Pseudo Calístenes “El más extraordinario y más valeroso de los hombres fue Alejandro, rey de los macedonios”[1]



Efectivamente, Alejandro Magno se va a constituir en el modelo del gran conquistador, Rey y dios a la vez, descendiente de Aquiles y Heracles, su padre Filipo era un Heraclida y su madre Olimpia, al formar parte de la casa real del Epiro, establecía un parentesco directo con Moloso, Hijo de Neoptólemo y nieto de Aquiles[2], por otra parte el historiador romano Plutarco nos señala en su obra “Vidas Paralelas” que la concepción de Alejandro habría sido por obra de Zeus, quien durmió con Olimpia, por lo que todos los antecedentes sobre Alejandro hablaban sobre su origen divino. Alejandro también lo creyó de esa manera y creyó en el destino que su origen divino le tenían reservado para la posteridad. Alejandro vivió su vida como la persona que pensaba que era, de esa manera fue capaz de conquistar el más vasto imperio conocido hasta esa época, aun cuando su vida fue muy corta, dejaba este mundo con tan sólo 33 años. 

Alejandro después de su victoria sobre Darío III en la batalla de Issos toma una decisión que podría parecernos extraña, no persigue al rey persa para completar su victoria, sino que gira en su camino en dirección a Egipto al Oasis de Siwa, lugar donde se encontraba el Oráculo de Amón, el que era tan famoso como el Oráculo de Delfos, recordemos que los griegos ante importantes decisiones acudían a este último Oráculo para que guiará sus destinos, Alejandro en su camino de conquista del mundo conocido de aquella época, suspende momentáneamente su empresa para dirigirse al Oráculo de Siwa, suceso que va a constituirse en un importante hito en su transición hacia su divinización y de su paso de conquistador a dios. Alejandro se dirigió al Oráculo para conocer su destino, pero también para emular a los viejos héroes griegos Perseo y Heracles que según los mitos visitaron este oráculo, y Alejandro como descendiente y heredero de sus legados deseó imitarlos e incluso superarlos en sus logros. Los sacerdotes del oráculo reciben a Alejandro como hijo de dios, o hijo de Zeus, el rey con este viaje obtiene la certeza de que efectivamente es descendiente de Zeus y por lo tanto posee el apelativo de hijo del dios, Alejandro señala “sí acepto, Padre, y en el futuro me llamaré tu hijo. Dime si me concedes el dominio de la tierra[3] , el sacerdote contesta al rey macedonio  “Prueba de filiación divina será el gran éxito de tus empresas, y serás siempre invencible[4]. Esta importante visita que realiza a Egipto va a reafirmar su status de líder y al establecer su filiación divina consolida su posición ante su ejército y ante sus seguidores, y a su vez dirige a partir de entonces su rumbo directamente hacia la gloria y la inmortalidad.

Alejandro el gran conquistador que sería recordado a través de todas las eras, dirigió su camino hacia la divinidad, apropiándose de ella y al estar en la cima de su poder, al conquistar el mundo, muere repentinamente, realizando un paralelo con su “antepasado” Aquiles quien dejó su tierra y la tranquilidad de una vida larga y pacífica por la búsqueda de la gloria en la guerra contra Troya, pagando con su propia vida el precio que lo elevó a la inmortalidad. La vida de Alejandro fue digna de los héroes mitológicos y de sus ilustres “antepasados”, y como aquellas historias sobre las divinidades, su vida alcanzó tal nivel, dejando este mundo con 33 años, en la cúspide de su poder y con el rango divino que le fue otorgado.
La figura gigantesca de Alejandro dejó una impronta muy grande en quienes le sucederían, y si bien su reino se dividió entre cuatro de sus generales quienes le sucedieron, los grandes herederos de la cultura helénica vendría a ser un poder tan fuerte como el hierro, Roma.


Roma afianza su poder derrotando a los macedonios y a su mayor enemigo por el control del Mediterráneo, a Cartago en el año 146 a.C., después de muchas guerra civiles por el control de la República surge la figura de Julio Cesar quien después de su éxito en la Galia, amenazaba en concentrar en su figura todos los poderes; conocemos la historia, para evitar que se convirtiera en el dictador de los destinos de todos los romanos, Julio Cesar es asesinado, en la disputa por su sucesión va a triunfar su hijo adoptivo Octavio por sobre el heredero natural al poder, Marco Antonio. Cayo Julio César Octaviano se va a convertir en el líder indiscutido de Roma, lo que se había evitado con el asesinato de Julio Cesar se concentra en su persona, el senado romano le concede en el año 27 a.C. el título de Augustus cuyo significado es venerable, majestuoso o santo, un título que había estado asociado a los dioses y en particular el dios romano Júpiter, quien era el principal de los dioses romanos en su panteón, sin embargo no sería el único título que va a recibir Octavio a lo largo de su mandato que se va a extender desde el 27 a.C.  hasta el 14 d.C., va a recibir los poderes de Princeps Senatus (el primero de los senadores); Pontifex Maximus, como la máxima autoridad religiosa; Potestad Tribunicia, que le otorgaba el poder de vetar las decisiones de los magistrados; Imperator Consulare, que le otorgaba el mando del ejército; los poderes concentrados en Octavio Augusto permitieron el giro de la Republica romana hacia el establecimiento del Imperio, con el paso de los siglos esta concentración de poderes en los sucesivos emperadores significó la perdida de toda conexión con la realidad, quienes se alejaron absolutamente del justo juicio que Octavio imprimió a los títulos recibidos por el pueblo romano, los emperadores romanos, sobre todo a partir del siglo III se convirtieron en déspotas que se hacían adorar como dioses embriagados con el enorme poder que tenían bajo su mando. Esta idea divina que se tuvo sobre los gobernantes del imperio quedó bien establecida gracias a la herencia del gran conquistador del pasado, de quienes los romanos habían absorbido todas sus influencias, que son los griegos y su gran rey Alejandro Magno.

En el siglo IV el cristianismo logra obtener la preponderancia en el imperio a partir del reinado de Constantino y el Concilio de Nicea, posición que se va a consolidar durante el gobierno de Teodosio el Grande, quien logra reunificar el Imperio tanto en el ámbito político como en el religioso, quien a través de legislaciones como lo fue el Edicto Cunctos populos en el año 380, estableció el credo niceno como la fe oficial del Estado, combatiendo las creencias heréticas del paganismo que a esa fecha tenían aun mucha fuerza en la población, además del arrianismo, que a pesar de haber sido condenado en el Concilio de Nicea en el 325, continuaba teniendo un gran arraigo, pero que a partir de ese momento quedaba proscrito. Este nuevo Edicto queda establecido el año 381 en el Concilio de Constantinopla que establece la fe oficial del Imperio basada en el catolicismo niceno y en la Santa Trinidad.


Debemos considerar como esta alianza entre la nueva fe conocida como cristianismo y el Imperio Romano llega con el paso de los siglos a la fusión total, si bien el poder político y militar del Imperio se desvaneció ante la irrupción de nuevas fuerzas que van a ocupar su lugar, como los godos y principalmente los francos, el Imperio perdura hasta nuestros días en la figura de la Iglesia, más específicamente en la Iglesia Católica Romana, esta es una idea primordial para comprender el curso que siguió la historia en la etapa que conocemos como Edad Media. El cristianismo, ya absolutamente separado de sus raíces hebreas, se consolida bajo el alero del Imperio Romano, y con todo lo que aquello significa, la iglesia católica hereda toda la estructura del Imperio y la hace suya, hoy el Imperio Romano sigue vivo, la organización, su estructura, la jerarquía de la Iglesia Católica es el Imperio Romano en nuestros días, y es el depositario de toda la tradición grecolatina y de la religiosidad que gobernó a aquellos grandiosos imperios de la antigüedad, y ello por supuesto también influye en la idea que en este caso se tiene de aquel Jesús que ellos predican.

Todo lo expresado hasta aquí, es de vital importancia para comprender la visión cristiana católica y por herencia directa, protestante también, que se ha tenido de Jesucristo, la cual es un símil de aquella imagen que se tuvo de Alejandro Magno, de Octavio Augusto y de los emperadores romanos, como todas aquellas tradiciones que hemos ido exponiendo a través de este blog, esta visión también tiene su raíz en el paganismo y en la consolidación de la imagen del dios rey de los imperios de la antigüedad, como herencia el cristianismo absorbe este legado imperial, y la imagen de Jesús va a constituirse en la imagen del gobernante de aquellos imperios.
En la segunda parte de este estudio nos adentraremos en lo que las escrituras nos enseñan sobre nuestro Mesías y comprender de manera correcta, a la luz de las escrituras sobre la Divinidad de Yeshua, el Mesías de Israel.

Hasta entonces

Que la bendición de YHVH este sobre vosotros.


Gabriel Elías.

II PARTE


[1] Pseudo Calistenes, Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia, Traducción, Prólogo y Notas Carlos García Gual, Editorial Gredos.
[2] Borja Antela-Bernardez, Alejandro o la demostración de la divinidad, Universitat Autónoma de Barcelona
[3] Blazquez José María, Alejandro Magno, “Homo Religiosus”, Madrid, Actas, 2001, Versión digital.
[4] Ibid.

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