¿Predestinación
o libre albedrío? ¿Estamos predestinados hacia la salvación o condenación de
antemano, o tenemos el poder de elegir nuestro destino?, estos son temas que han
motivado amplias discusiones teológica y hasta nuestros días continúan las disputas
en la amplia diversidad de Iglesias existentes en la actualidad. Las diversas
posturas no llegan a consenso, y difícilmente llegarán a uno debido a que las
iglesias cristianas han soslayado un tema fundamental frente al cual continúan
ciegos, la iglesia se ha olvidado de las raíces que dieron origen a los textos
bíblicos y mientras no reconozcan o desconozcan esta realidad, difícilmente
llegarán a un punto de encuentro y continuarán en discusiones que no los
llevarán hacia ninguna parte. Esto es para que se cumpla la palabra de YHVH, como
lo hemos estudiado en artículos anteriores, el castigo de YHVH es que permanecerían
cegados tal como lo señaló el profeta Amos “He aquí vienen días, dice YHVH el Señor, en los cuales
enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la
palabra de YHVH. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente
discurrirán buscando palabra de YHVH, y no la hallarán” (Amós 8:11-12). La
palabra de YHVH no se equivoca, y así se ha cumplido hasta hoy.
Predestinación
y libre albedrío son doctrinas que nacen junto a la reforma protestante de la
mano de Juan Calvino y de Jacobo Arminio respectivamente, como respuesta esta
última a la doctrina de la predestinación, a partir de entonces millones de
creyentes han abrazado una u otra creencia, pero como todos los temas que hemos
ido analizando en este espacio, es necesario analizar el origen de esta
creencia y lo más importante, si está acorde a lo que nos enseñan las
escrituras. Para comprender este concepto resulta absolutamente necesario
sumergirnos en la historia, retroceder en el tiempo y comprender las alcances
de estas creencias, vamos al análisis.
Las
principales doctrinas nacidas en el cristianismo, si bien parecieran estar tomadas
de las páginas de la Biblia, y así lo creen la gran mayoría de los creyentes, la
mala lectura de ella hizo que estas doctrinas nacieran del pensamiento de los
hombres y muy lejos del corazón de YHVH, y de acuerdo a intereses no solo
religiosos, sino que también a intereses políticos y económicos, y muy lejos
del verdadero sentido que poseen las escrituras. Es bien sabido que la lectura
de las escrituras al principio de la era cristiana y hasta bien entrada la edad
moderna, estaba absolutamente restringida, por lo que su comprensión e
interpretación estaba reservada sólo a una pequeña elite quienes eran los encargados
de discernir y contender entre las diversas corrientes surgidas por las
doctrinas que triunfarían en esta carrera por obtener la hegemonía en un tema
tan fundamental como lo es el desarrollo del poder y donde la religión juega un
rol fundamental, desde la partida de los apóstoles inmediatamente se
introdujeron herejías que facilitaron un viraje absoluto en la orientación
correcta de la fe dada originalmente a los santos, el sentido de la fe original
poco a poco fue recibiendo influencias provenientes de otros pensamientos y de
otras religiones, credos que se fueron fusionando hasta generar un cuerpo de
creencias totalmente ajena de aquella que debimos seguir, según lo establecido
por los patriarcas, los profetas y los apóstoles.
Aquella fe que era de origen
hebreo fue perdiendo sus raíces y adoptando una fisionomía absolutamente
occidentalizada, muy lejos de aquella que la vio nacer, con lo que se fue
perdiendo el verdadero significado de todo aquello que nos legaron los
escritores de los diversos libros que componen aquel cuerpo que hoy conocemos
como la Biblia. Con la mirada occidental que se le imprimió a la Biblia se hizo
muy difícil comprender muchas de las palabras, de las acciones, de los rituales
y de los significados que estaban establecidos en sus líneas, quedando en el
olvido el sentido original que ahí había quedado plasmado. Pensemos en como cada
una de las costumbres de los diversos países en los que habitamos perderían su
esencia y su sentido si se le aplica la cultura de otro rincón del mundo
completamente ajeno a nosotros, lo más probable es que al no ser capaz de
comprender ciertos códigos que nosotros manejamos y que para ellos resultarían
completamente extraño, se le apliquen las costumbres que a ellos les son
familiares, con lo que se va perdiendo el sentido original, reemplazándolo con
lo que es comprensible para ellos. Esto es lo
que le ocurrió a las escrituras y con el paso de los siglos su esencia original
se fue perdiendo completamente y fue reemplazada por una mirada occidental que
muy poco tenía que ver con su sentido original.
El
cristianismo nace al alero del Imperio Romano y bajo la creencia de que Jesús
vino a fundar una nueva religión que nos llevaría hacia Dios, una creencia
distinta nacía respecto de aquella que practicaban aquellos “detestables
judíos” que habían rechazado al Mesías y le habían dado muerte, aquel
cristianismo que conocemos hoy debió sortear una inmensidad de lecturas que fueron
naciendo producto de interpretaciones o de nuevas revelaciones que recibían los
nuevos “profetas” o líderes de los diversos grupos religiosos que nacieron en
los primeros siglos y antes de su consolidación como religión oficial del
Imperio Romano, y por supuesto cada una de ellas poseían la convicción de ser
la verdadera y más fiel seguir del mensaje de Jesús, grupos como los
montanistas, los ebionitas, marcionistas o el gnosticismo por mencionar algunos
de los más importantes, generaron una gran cantidad de doctrinas que se fueron
introduciendo para entregar una interpretación y una nueva manera de comprender
aquellos misterios que nos dejaban planteados los escritos bíblicos, detallar
cada postura daría origen a un estudio independiente de este, lo que nos
interesa en este estudio es dejar de manifiesto que el cristianismo que hoy
conocemos recibió la influencia de diversas fuentes que fueron otorgándole el
aspecto con el que hoy lo conocemos, pero esta amplia gama de creencias,
también rivalizaba con otras creencias provenientes de otros rincones del
Imperio, como la religión egipcia, babilónica, el mitraismo, el maniqueísmo, entre
otras; lo cierto es que las creencias de todas estas corrientes se fueron
mezclando hasta que finalmente y después de duras disputas principalmente
después de la discusión entre las corrientes arrianas y la de Atanasio, es que
se llama al Concilio de Nicea por el emperador romano Constantino en el año
325, para establecer las doctrinas de la religión que dominaría al Imperio, es
en este Concilio en Nicea donde triunfa la visión trinitaria en desmedro de la
arriana de la unicidad de Dios, con lo que nace y se consolida lo que hoy
conocemos como Iglesia Católica Apostólica y Romana, que es el fruto de la
fusión de la diversidad, no solo de las distintas posturas dentro del
cristianismo, llamado primitivo, sino también de las otras religiones que se
disputaban el predominio al interior del Imperio.
Con
esta magistral jugada, Constantino buscaba consolidar su poder después de la
guerra civil frente a su rival, el General Magencio, por el control del Imperio
occidental y posteriormente derrotando a Licinio, quien dominaba el lado
oriental del imperio, de esta manera Constantino logra reunificar el Imperio
bajo su poder, y con el apoyo de un grupo que se había hecho mayoritario en la
mayoría de los rincones de los extensos territorios romanos, los cristianos. De
esta manera, Constantino obtenía el poder político, religioso y militar, por lo
que su decisión por el cristianismo estuvo muy lejos de tratarse de una señal
proveniente del cielo que le permitió ganar su batalla en el puente de Milvio
ante el General Magencio
su rival por el trono romano, a partir de ese momento el cristianismo niceno,
se consolida y años más tarde bajo el gobierno de Teodosio el Grande se
convierte en la religión oficial del Estado, mediante el Edicto de Tesalónica
en el año 380, con lo que se convierte en universal, es decir, en católico. De
esta manera las raíces originales de la fe de las que nos hablaron los
profetas, Jesús y los apóstoles quedaban olvidadas y desacreditadas por una
religión que iba dominar por los próximos dos mil años.
Con
la caída del Imperio Romano de occidente en el 472, el poder papal se va a ver
disminuido, el poder político que lo sostenía se había derrumbado para siempre,
el poder se va a afianzar en Constantinopla, que pasa a tener la preeminencia
en la cristiandad, una posición de privilegio en desmedro de Roma, pues en el
lado oriental el Imperio continuaba fortalecido, el Papa romano tuvo que jugar
sus cartas políticas y establece alianzas con el pueblo bárbaro más fuerte de
los que se habían repartido los despojos del Imperio Romano después de su
desplome y que se había establecido en la antigua Galia, los Francos. El papado
necesita de un poder político y lo encuentra en ellos y en su líder quien se
convierte al catolicismo junto a todo su ejército, el Rey Clodoveo también afianzaba su poder y establece su autoridad
sobre los demás pueblos dominados en el nombre de Dios, de igual manera sus
descendientes gobernarían por mandato divino consolidándose el poder franco bajo
el reinado de Carlomagno.
La
Iglesia Católica se convertiría en la gran señora que tendría la hegemonía
absoluta por casi mil años y sentaría las bases de un sistema social, económico
y político como fue el feudalismo, que se validaba a través del cristianismo
católico. La Edad Media se había constituido en un período demasiado extenso
pero los tiempos estaban cambiando, “era
evidente que la antigua iglesia medieval, la sociedad total que se remontaba a
los tiempos carolingios, estaba desintegrándose… Johann Geiler, de Estrasburgo,
uno de los últimos grandes predicadores de la Edad Media, había pronosticado la
disolución en su último sermón ante el emperador Maximiliano: ”Puesto que ni el
Papa ni el emperador o los reyes o los obispos están dispuestos a reformar
nuestra vida, Dios enviará un hombre con ese fin. Abrigo la esperanza de ver
ese día…pero soy demasiado viejo. Muchos de vosotros lo veréis; y cuando llegue
el momento os ruego que penséis en estas palabras”[1]. Efectivamente el orden
establecido a través del Concilio de Nicea en el año 325 finalmente se rompería
ante la protesta del monje agustino alemán Martín Lutero, quien al clavar en la
puerta de la Catedral de Wittenberg sus noventa y cinco tesis daba inicio a un
periodo de reformas que dividiría la cristiandad en dos posturas
irreconciliables llegando a desatar cuentas guerras religiosas que desangraron
Europa. Es aquí donde van a surgir nuevas doctrinas como la que nos convoca en
esta oportunidad, como lo es la doctrina de la predestinación.
Este momento
histórico es un hito importante para los cristianos protestantes, sin embargo
es absolutamente necesario dejar en claro que esta fue una división de la
Iglesia Católica en otra vertiente de la misma, y que nada tiene que ver con
aquellas raíces hebreas de las que hablamos al principio, en la reforma
protestante no hubo ninguna vuelta a la raíces originales de la fe en YHVH,
sólo significo una reformulación de aquellas doctrinas que se establecieron a
partir del Concilio de Nicea y de los posteriores concilios que le sucedieron,
no fue una revolución y una vuelta a sus raíces, fue sólo una reforma de sus
propias doctrinas y que muy poco tienen de bíblicas. Hacía quince siglos que
los cristianos se habían separado de los judíos, y los habían mantenidos lo
suficientemente marginados como para volver a mezclarse con ellos, el
cristianismo nada tenía que ver con aquella “raza detestable”, por lo que no
hubo ningún atisbo de asomarse a aquellas raíces que habían quedado olvidadas y
enterradas.
Las
discusiones entre los reformadores giraban en torno a la necesidad de encontrar
los puntos en común para establecer una teología que representase su posición
frente al catolicismo, como ejemplo podemos citar la discusión en el Coloquio
de Marburgo realizado entre los días 1 y 4 de octubre de 1529 donde la
problemática giraba en torno a la presencia de Cristo al celebrarse la Eucaristía,
para Lutero en la “Santa Cena” debía enseñarse que el cuerpo y la sangre de
Cristo están realmente presente al momento de comulgar, para Ulrico Zwinglio en
cambio el pan y el vino eran sólo una representación por lo que constituía sólo
un símbolo, discusiones como esta demuestran cuán lejos estaban los
reformadores de las verdades bíblicas, debatiendo asuntos que provienen del
paganismo y no de los textos bíblicos, hemos explicado anteriormente que Jesús
no instituyó ninguna “Santa Cena” como señala el catolicismo y el
protestantismo, antes de morir Jesús y sus discípulos celebraba aquello que es
mandamiento perpetuo, ordenado por YHVH a través de Moisés, como lo es el Pesaj
(Pascua), y que lo puedes estudiar en nuestro artículo dedicado al paganismo en
la cristiandad que hemos denominado La Santa Cena, alargarnos en extenso de la
diversidad de disputas teológicas que surgieron de la reforma protestante
significaría desviarnos del tema que hoy nos convoca, por lo que nos
centraremos exclusivamente en la doctrina Calvinista de la Predestinación.
Dejamos
la primera parte de este estudio hasta aquí, mantente atento para la segunda parte del estudio sobre la Doctrina de la predestinación.
Gabriel Elías.
[1] Johnson
Paul, La Historia del Cristianismo, Ediciones B. S.A. para el sello Zeta
Bolsillo, Barcelona, septiembre 2010, Pág. 360.
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