La fiesta de Januca arranca de una historia que tuvo ciertamente su fondo trágico de opresión extranjera, corrupción, violencia, etc. Con todo, la festividad nos habla de un final que fue feliz cuando un reducto fiel de judíos esforzados consiguió liberarse de la opresión extranjera y restaurar el culto en el templo, tras haberlo limpiado de la contaminación pagana. Januca quiere decir dedicación, pues el templo fue dedicado de nuevo al culto ordenado en la Ley de Moisés y la fiesta está relacionada con la luz. Si es cierto que en su origen tuvo que ver con el templo, hoy quiero pensar en ella dándole una proyección distinta: es decir, teniendo en consideración lo que la dedicación tiene que ver con la vida de cada persona, y por extensión con la de todo un pueblo.
Quisiera referirme en este artículo al problema de fondo de Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial, paso a paso han ido configurándose lo que se podría llamar los Estados Unidos de Europa. A lo largo de muchos años este proyecto ha ido avanzando progresivamente, hasta que en los últimos tiempos parece haber llegado a un punto de estancamiento, de equilibrio inestable, si es que ahora no amenaza retroceso o desmoronamiento.
Quizás en este momento lo que más suena tiene que ver con la crisis económica, que afecta, no solo a Europa, sino también a otras naciones en el mundo. Se oye hablar con temor del futuro del euro; hay que apuntalar la economía de algunas naciones miembro. Primero Grecia, ahora Irlanda, y se oyen fuertes rumores que apuntan a Portugal, a Italia y a España, para desgracia de los países que han de salir en auxilio de ellos. Es decir, el panorama no es halagüeño. No obstante, para mí estos son síntomas, no el meollo del problema. Y es que no está igual el alma de los europeos del siglo XXI que la de los ciudadanos de hace digamos 50 años. La realidad es que el problema lo hemos de buscar en el interior del ser humano. Qué luz ilumina su vida, le motiva, dirige sus decisiones; cuál es el objetivo de su dedicación.
Un detalle lo tenemos en la Constitución Europea, proyecto fallido porque algunos de los estados miembros de la Unión no lo quisieron refrendar. No voy a entrar en las razones del por qué. Me referiré a lo que algunos dirán que son sutilezas. Hubo voces que lamentaron que no se hiciera mención de la herencia judeocristiana de Europa en la Carta Magna de la Unión Europea cuando fue aprobada inicialmente. Y no se trata de que importe la mención explícita o no, sino de que tal renuncia refleja la actitud de una mayoría de europeos que estima más el laicismo con todo lo que de él se deriva, que el arraigo a los valores que la mencionada herencia conlleva.
No es así con los Estados Unidos de América, e indudablemente, y a pesar de los muchos errores que puedan cometer, hay diferencias entre unos y otros.
Lo que llama la atención a quien quiera considerarlo, es que un análisis de la historia de los países europeos nos revela que a lo largo de algunos siglos -a partir del XVI-, algunos de ellos progresaron notablemente comparado con otros, y que el elemento común en aquellos era que todos ellos habían abrazado la Reforma. No voy a detenerme en consideraciones dogmáticas.
Tan sólo mencionaré que el principal avance de la Reforma fue dar acceso libre a la lectura de la Biblia, algo que se había perdido hacía siglos. Por mucho tiempo las Escrituras habían quedado escondidas en la oscuridad y fueron objeto de burdas manipulaciones que distorsionaron su contenido, por lo cual lo que de ellas transmitía la religión al pueblo no producía el beneficio que podría esperarse.
Con la Reforma, la Biblia fue traducida a la lengua de los pueblos y los que la leyeron, progresaron. Un aspecto a considerar, por ejemplo, es que la Reforma recuperó el valor de la dignidad del trabajo, algo que por aquel entonces se había perdido de vista y que en Europa sólo los judíos conservaban. En términos generales el catolicismo consideraba el trabajo como una maldición, hasta el punto que una señal de nobleza era poder demostrar no haber trabajado nunca con las manos. Es curioso notar que ninguna de las naciones con graves problemas económicos mencionadas en el párrafo anterior abrazó la Reforma.
Lamentablemente, y aunque muchos no lo querrán reconocer, esta influencia beneficiosa de la ética judeocristiana ha ido en franco retroceso, lo que está afectando a todas las áreas de la vida: la moral, las relaciones familiares y sociales, y las estructuras económicas y políticas. A pesar de que los legisladores se afanen por promulgar leyes que intenten cubrir todas las eventualidades posibles a fin de que todos los ciudadanos se sientan protegidos con justicia, ¿cómo es posible construir un edificio estable si los materiales de base no son lo suficientemente consistentes?
Estamos siendo testigos de las consecuencias de haber menospreciado los valores sólidos, como por ejemplo el valor del trabajo y del esfuerzo, por conseguir la ganancia fácil y rápida propia de la actividad especulativa.
En siglos anteriores, en Europa, los judíos habían mantenido en sus sinagogas el estudio del Tanaj, manteniendo la lengua hebrea de sus antepasados, aun estando en la diáspora. Así ha sucedido que gracias a esto, el moderno Estado de Israel ha podido recuperar la lengua de sus ancestros porque ellos la conservaron para leer las Escrituras. La Biblia ha sido el núcleo duro alrededor del cual han girado las tradiciones, la cultura, la esencia del judaísmo.
Partiendo de las sinagogas, este libro iba ejerciendo su influencia en el pueblo judío, afectando a todas las áreas de la vida diaria, de la familia, de la sociedad, manteniendo con firmeza una esperanza a pesar de las circunstancias adversas. Los judíos tenían una luz que marcaba su camino como dijo el rey David: “Lámpara es a mis pies Tu palabra, y lumbrera a mi camino”.
La verdad es que en los países donde los judíos pudieron desarrollar libremente su vida, allí hubo prosperidad. Veo una coincidencia entre la influencia que tuvo la Biblia en las comunidades judías y la que tuvo la misma en los países que abrazaron la Reforma. Lamentablemente, a partir del siglo XVI España no se benefició ni de lo uno ni de lo otro.
Es indudable que las raíces históricas de Israel están recogidas en la Torá, en los Profetas y los Escritos. Es por eso que Israel no puede olvidarse de la Biblia. En un alarde infatuado de progreso e impulsada por el laicismo en boga, Europa pretende renunciar a su herencia que tuvo sus raíces en la Biblia, pero Israel no puede, porque sería renunciar a su propia historia.
Los europeos que aún creemos en los valores de la Biblia, si no los encontramos vivos entre nosotros, hemos de mirar a Israel donde esperamos verlos reflejados en la dedicación del día a día de cada persona, en el desarrollo de su sociedad, en la marcha de la nación entera. ¡Shemá Israel!
Autor: Daniel Pujol, Barcelona.
FUENTE: http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Opinion/33557/
Quisiera referirme en este artículo al problema de fondo de Europa. Después de la Segunda Guerra Mundial, paso a paso han ido configurándose lo que se podría llamar los Estados Unidos de Europa. A lo largo de muchos años este proyecto ha ido avanzando progresivamente, hasta que en los últimos tiempos parece haber llegado a un punto de estancamiento, de equilibrio inestable, si es que ahora no amenaza retroceso o desmoronamiento.
Quizás en este momento lo que más suena tiene que ver con la crisis económica, que afecta, no solo a Europa, sino también a otras naciones en el mundo. Se oye hablar con temor del futuro del euro; hay que apuntalar la economía de algunas naciones miembro. Primero Grecia, ahora Irlanda, y se oyen fuertes rumores que apuntan a Portugal, a Italia y a España, para desgracia de los países que han de salir en auxilio de ellos. Es decir, el panorama no es halagüeño. No obstante, para mí estos son síntomas, no el meollo del problema. Y es que no está igual el alma de los europeos del siglo XXI que la de los ciudadanos de hace digamos 50 años. La realidad es que el problema lo hemos de buscar en el interior del ser humano. Qué luz ilumina su vida, le motiva, dirige sus decisiones; cuál es el objetivo de su dedicación.
Un detalle lo tenemos en la Constitución Europea, proyecto fallido porque algunos de los estados miembros de la Unión no lo quisieron refrendar. No voy a entrar en las razones del por qué. Me referiré a lo que algunos dirán que son sutilezas. Hubo voces que lamentaron que no se hiciera mención de la herencia judeocristiana de Europa en la Carta Magna de la Unión Europea cuando fue aprobada inicialmente. Y no se trata de que importe la mención explícita o no, sino de que tal renuncia refleja la actitud de una mayoría de europeos que estima más el laicismo con todo lo que de él se deriva, que el arraigo a los valores que la mencionada herencia conlleva.
No es así con los Estados Unidos de América, e indudablemente, y a pesar de los muchos errores que puedan cometer, hay diferencias entre unos y otros.
Lo que llama la atención a quien quiera considerarlo, es que un análisis de la historia de los países europeos nos revela que a lo largo de algunos siglos -a partir del XVI-, algunos de ellos progresaron notablemente comparado con otros, y que el elemento común en aquellos era que todos ellos habían abrazado la Reforma. No voy a detenerme en consideraciones dogmáticas.
Tan sólo mencionaré que el principal avance de la Reforma fue dar acceso libre a la lectura de la Biblia, algo que se había perdido hacía siglos. Por mucho tiempo las Escrituras habían quedado escondidas en la oscuridad y fueron objeto de burdas manipulaciones que distorsionaron su contenido, por lo cual lo que de ellas transmitía la religión al pueblo no producía el beneficio que podría esperarse.
Con la Reforma, la Biblia fue traducida a la lengua de los pueblos y los que la leyeron, progresaron. Un aspecto a considerar, por ejemplo, es que la Reforma recuperó el valor de la dignidad del trabajo, algo que por aquel entonces se había perdido de vista y que en Europa sólo los judíos conservaban. En términos generales el catolicismo consideraba el trabajo como una maldición, hasta el punto que una señal de nobleza era poder demostrar no haber trabajado nunca con las manos. Es curioso notar que ninguna de las naciones con graves problemas económicos mencionadas en el párrafo anterior abrazó la Reforma.
Lamentablemente, y aunque muchos no lo querrán reconocer, esta influencia beneficiosa de la ética judeocristiana ha ido en franco retroceso, lo que está afectando a todas las áreas de la vida: la moral, las relaciones familiares y sociales, y las estructuras económicas y políticas. A pesar de que los legisladores se afanen por promulgar leyes que intenten cubrir todas las eventualidades posibles a fin de que todos los ciudadanos se sientan protegidos con justicia, ¿cómo es posible construir un edificio estable si los materiales de base no son lo suficientemente consistentes?
Estamos siendo testigos de las consecuencias de haber menospreciado los valores sólidos, como por ejemplo el valor del trabajo y del esfuerzo, por conseguir la ganancia fácil y rápida propia de la actividad especulativa.
En siglos anteriores, en Europa, los judíos habían mantenido en sus sinagogas el estudio del Tanaj, manteniendo la lengua hebrea de sus antepasados, aun estando en la diáspora. Así ha sucedido que gracias a esto, el moderno Estado de Israel ha podido recuperar la lengua de sus ancestros porque ellos la conservaron para leer las Escrituras. La Biblia ha sido el núcleo duro alrededor del cual han girado las tradiciones, la cultura, la esencia del judaísmo.
Partiendo de las sinagogas, este libro iba ejerciendo su influencia en el pueblo judío, afectando a todas las áreas de la vida diaria, de la familia, de la sociedad, manteniendo con firmeza una esperanza a pesar de las circunstancias adversas. Los judíos tenían una luz que marcaba su camino como dijo el rey David: “Lámpara es a mis pies Tu palabra, y lumbrera a mi camino”.
La verdad es que en los países donde los judíos pudieron desarrollar libremente su vida, allí hubo prosperidad. Veo una coincidencia entre la influencia que tuvo la Biblia en las comunidades judías y la que tuvo la misma en los países que abrazaron la Reforma. Lamentablemente, a partir del siglo XVI España no se benefició ni de lo uno ni de lo otro.
Es indudable que las raíces históricas de Israel están recogidas en la Torá, en los Profetas y los Escritos. Es por eso que Israel no puede olvidarse de la Biblia. En un alarde infatuado de progreso e impulsada por el laicismo en boga, Europa pretende renunciar a su herencia que tuvo sus raíces en la Biblia, pero Israel no puede, porque sería renunciar a su propia historia.
Los europeos que aún creemos en los valores de la Biblia, si no los encontramos vivos entre nosotros, hemos de mirar a Israel donde esperamos verlos reflejados en la dedicación del día a día de cada persona, en el desarrollo de su sociedad, en la marcha de la nación entera. ¡Shemá Israel!
Autor: Daniel Pujol, Barcelona.
FUENTE: http://www.aurora-israel.co.il/articulos/israel/Opinion/33557/
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