miércoles, 19 de abril de 2017

LA MUERTE DE DIOS ¿ HA MUERTO DIOS?, TERCERA PARTE


I PARTE
II PARTE
IV PARTE

Aquella imagen del Mesías colgado de una cruz, se nos presenta como una imagen perfecta de la eterna rebeldía del ser humano hacia su creador. El Mesías, en quien habita la plenitud de la divinidad (Colosenses 2:9), murió bajo las manos de los hombres, y aun cuando este acontecimiento estaba determinado desde el principio de los tiempos, y su acto físico se llevó a cabo en un momento determinado de la historia, la acción y el pensamiento acerca de su muerte no sería exclusiva de este momento histórico, aquella escena que tan bien conocemos, por las imágenes, los relatos y las películas que sobre todo en semana santa vemos abundantemente, no sería la primera vez en el imaginario del ser humano. En el principio, en el relato del Génesis, en su capítulo 3, se nos describe la separación del hombre con su creador, es el hombre quien decide dejar la protección de su creador, rechazar esa luz que les alimentaba para tomar de otra fuente, de la fuente del conocimiento que le llevaría por un camino distinto, muy distinto del camino que originalmente debió caminar el hombre, a partir de entonces las escrituras nos describen como el hombre en aquellos caminos que había elegido, llenaría la tierra de violencia, de corrupción y de sufrimientos, tanto que a YHVH le pesa en su corazón haber creado al hombre (Génesis 6:6). Muchas eras después, se repite la historia, ya en nuestra época el hombre nuevamente elige beber de la misma fuente que en la antigüedad, el humanismo y  el racionalismo al que el hombre había accedido llenó de orgullo al hombre para alejarse una vez de su creador, y en su autosuficiencia y en su vanidad, el hombre va a matar a Dios. Es esto lo que hemos estado analizando en estos estudios, las consecuencias que la muerte de Dios ha significado para el hombre, situación que pasamos a analizar a partir de este momento en su tercera y última parte.

“Si ha muerto Dios, ahora muere el hombre” va a señalar Michael Foucault, en su libro de 1966 “Las palabras y las cosas”, respecto de aquel sujeto que domina todo el conocimiento y que se había adueñado de su realidad inmediata, Foucault va a señala lo contrario de la sentencia de Nietzsche, ahora es el hombre quien ha muerto, Foucault lo saca de esa centralidad que a partir de Descartes el hombre se había ubicado, “El sujeto no está en el centro ni domina la realidad” va a señalar Foucault, pues el hombre del siglo XXI, el hombre posterior a la muerte de Dios que había proclamado Nietzsche a través del profeta Zaratustra, se ha olvidado del ser, se ha olvidado de su yo, y se ha entregado a la conquista de los entes, a la conquista de los objetos, como lo ha mencionado el gran filósofo alemán Martin Heidegger, si bien la frase de Foucault tiene relación con el estructuralismo, y la relación del hombre con una estructura, como un sujeto, “sujetado” a una estructura de poder y el hombre inserto dentro de ella, esta es una característica del hombre, pero que se ve acentuada en este hombre posterior a la muerte de Dios, frente a ella el hombre solo va a ser parte de una estructura, social, cultural, filosófica, y se va a perder en aquella estructura, es decir, aquella centralidad en la que se había colocado el hombre a partir de Descartes y Kant, con Heidegger y Foucault, se va a perder ahora, es la estructura la que está en el centro y el hombre perdido o escondido en ella, y al perderse en ella el hombre se ha olvidado de su ser.



En esta dinámica, el hombre al olvidarse de su ser, y al extraviarse en medio de las estructuras, ha quedado en la orfandad, con el derrumbe de los valores modernos, la vida del hombre contemporáneo experimenta la carencia de sentido, a lo que se le agrega un dolor constante. La vida es dolor continuo, como lo va a señalar Arthur Schopenhauer, “la voluntad tiene que tomar decisiones duras; nadie querría seguir viviendo si la voluntad no forzara a la razón a ocultar esa crueldad” 1 
De esta manera la razón actúa como un consolador, como un narcótico, como un medio de aliviar el dolor de la existencia.2 
La voluntad de poder de las que nos habló Nietzsche, si bien es una característica que ha dominado al hombre desde el principio, se acentúa en esta época, donde el más fuerte va a prevalecer sobre los más débiles, pero va a constituirse como una toma de conciencia para superarse a si mismo, como un medio para aliviar el dolor de la existencia como lo señaló Schopenhauer.

Si la idea de Dios pudo aliviar esta sensación de dolor continuo, para esta época contemporánea, aquella comienza a desaparecer, el racionalismo había generado una visión de un Dios ausente, de un Dios que no se interesa en las problemáticas humanas, un Dios que vino, creó el mundo, creó al hombre y lo puso en medio abandonándolo a su propio destino, esta es una imagen que vemos graficada en la escena final de la película 2001 Odisea en el espacio, donde aparece un monolito rígido frente al hombre en su lecho de muerte, pero que frente al cual el hombre evoluciona hacia un nuevo nivel de conciencia y conocimiento, el hombre se rebela ante ese Dios ausente, y es el propio hombre quien evoluciona a ese estado del que nos habló Nietzsche, de esa evolución hacia un niño, y es ese niño que aparece en un nuevo estado de conciencia, aquel niño que viene desde el espacio en el huevo aun, pero que viene con los ojos abiertos, representando aquel máximo nivel de evolución, de aquel niño creador de un mundo nuevo, de una nueva civilización pues nos trae el conocimiento supremo, despojado ya, de la influencia de un Dios, que la película nos presenta como un monolito que atravesó la historia del hombre, que se mostró rígido, inflexible, ausente.

 


Es en esta época contemporánea, donde el hombre se despoja de Dios, asesinándolo, donde parecía ingresar a una época dorada, una época propiciada por el avance de la ciencia, de la tecnología, del conocimiento en general, de un hombre empoderado de sus conquistas y sus avances, tendría que enfrentarse a uno de sus mayores desafíos, tendría que enfrentarse al siglo XX, siglo que va a significar el mayor desastre en la historia de la humanidad, y donde todos los ideales que el hombre ha construido van a ser completamente destruidos, el siglo XX que había comenzado auspicioso, se va a transformar en la pérdida de cualquier certeza, en la imposibilidad de anclarse a nuevos ideales desde donde volver a construir. El hombre en este siglo va a tener que enfrentarse a grandes revoluciones, grandes crisis económicas, sistemas totalitarios de gobiernos, a dos guerras mundiales, que dio como resultado la creación de armas nucleares que bien pudieron borrarnos de la faz de la tierra, durante la segunda mitad del siglo, el mundo se llenó de terror ante esta amenaza y ante el conflicto latente de dos superpotencias cuyo poder no tiene parangón en la historia del hombre, como lo fueron la Unión Soviética y los Estados Unidos. Ante semejante panorama el ser humano va a perder la fe en todo cuanto creía, si el racionalismo había sido exaltado hasta el nivel de una divinidad, esa imagen se quebró completamente ante la irracionalidad que significó el siglo XX, si el marxismo había llenado de esperanzas a los sectores más desposeídos que habían nacido con el auge de la Revolución Industrial, en el mismo siglo XX fracasó en toda su dimensión, el capitalismo por su parte, ha fracasado en su idea de plenitud y prosperidad para toda la humanidad, reduciéndose esta, solo a la prosperidad de unos pocos; y el cristianismo, también fracasó, no fue capaz de entregar y mantener los ideales de esperanza para un mundo absolutamente desesperanzado.

Se puede decir en estos tiempos que el capitalismo neoliberal se ha impuesto, lo que no quiere decir que no ha fracasado, las diferencias sociales se han acentuado, con lo que la sociedad se ha visto más convulsionada, al neoliberalismo le interesa un nihilismo pasivo, de esta manera puede manipular a la población como más le convenga, de esa manera llena nuestros deseos de cosas, cosas que ellos pretenden que vengan a dar satisfacción y sentido a nuestra vida, algo que ciertamente nunca ocurrirá, solo ha otorgado carencia de sentido a nuestras vidas y falta de metas de este hombre contemporáneo, el temor de Nietzsche se cumplió, no triunfo un nihilismo activo donde el hombre ante la perdida de Dios generaría una sociedad más virtuosa, triunfo el nihilismo pasivo tal como lo dejaría latente la sentencia de Heidegger y Foucault, el hombre se ha entregado a las conquista de las cosas y se ha olvidado de su yo, ante la perdida de Dios el hombre también ha muerto, muy lejos de encontrar un sentido de plenitud para su existencia, la pérdida de Dios y su muerte, trae consigo, como lo expresamos anteriormente la perdida de sentido de su existencia a través de la cual el hombre va a caer en la desesperación y en el vacío.

A pesar de lo que se ha expuesto, esta característica en la que ha entrado el hombre, no le ha dejado huérfano de dioses, muy por el contrario le ha llevado a adorar a nuevos dioses, aun la racionalidad ocupa ese lugar de dios, la tecnología, la ciencia, el dinero; el hombre ha matado a Dios, pero como en la antigüedad no se ha quedado sin dioses, y ha elevado a esa categoría a las cosas a las cuales se ha entregado, esta circunstancia como es de esperarse no tienen nada de nuevo, el hombre termina adorando a aquellas cosas que necesita, si en el pasado necesitaba que lloviera o saliera el sol, adoraba a la creación para que germinaran los campos y obtener de esa manera el alimento y el sustento para su sobrevivencia, en estos tiempos, que el hombre se ha volcado hacia las ciudades, ha adorado aquello que satisface las necesidades dentro de ella, principalmente el dinero, la imagen es la misma que se nos presenta en la antigüedad, el hombre terminó adorando a las creaciones antes que al creador, hoy el hombre ha terminado adorando sus propias creaciones, aquellos objetos que ha creado, el dinero que permite obtenerlos, perdiéndose en su camino y en los propósitos reales de su vida. El hombre contemporáneo que ha perdido la fe en todos las grandes valores, o como señala el posmodernismo en los grandes relatos que alguna vez interpretaron su realidad, como lo son el cristianismo, el racionalismo, el marxismo, o el capitalismo mismo, se ha entregado a una sociedad descreída, donde la pérdida de la fe caracteriza su actuar, esta sociedad destruida producto de dos guerras mundiales y el terror ante una hecatombe nuclear, dejo de lado las verdades absolutas, para volcarse a una infinidad de interpretaciones que puedan surgir, como cuantas personas existan, la verdad hoy ya no la interpreta un solo discurso, sino cientos de ellos, cada quien tiene su verdad y nadie la tiene a la vez, los homosexuales pueden tenerla, los ambientalistas pueden tenerla, las feministas pueden tenerla, si hubo un paradigma que guiara los destinos de la humanidad, eso hoy no existe, muchos paradigmas convergen a la vez, y ellos interpretan la realidad de quienes decidan seguir aquellas tendencias, ideologías, religión o simples pensamientos.

La muerte de Dios ha llevado al hombre por aquellos caminos que decidió construir, por la sociedad que nos ha parecido mejor, de acuerdo al derrumbe de los viejos valores y al nacimientos de nuevos paradigmas y a los nuevos valores adosados a ellos, y se ha perdido, se ha extraviado en esos caminos, el hombre ha buscado todas las formas para autogobernarse y en todas ha fallado, ha buscado todas las ideologías que den sentido a su existencia, y ha vuelto a fallar, hoy frente a una modernidad que se ha desbocado, genera infinidades de nuevas verdades en las que seguirá perdiéndose irremediablemente, es claro que hoy ante la destrucción de aquellos viejos valores, el hombre le ha dado valor a aquello que según la ley de Dios no es correcto, aquello que esta penado por su ley, pero claro, el hombre a matado a Dios, y por lo tanto a su ley también, hoy validamos el aborto como un derecho legítimo de la mujer, hoy validamos la diversidad sexual como un derecho a la autodeterminación de cada persona, hoy buscamos el placer por sobre cualquier valor que nuestra sociedad ya se ha encargado de destruir, adoramos a falsos ídolos que nos dan falsos placeres, por sobre una idea de trascendencia, nos hemos entregado al falso dios del dinero y el consumo, y a la adoración de un sistema que domina cada espacio de nuestra sociedad, ese capitalismo salvaje que incluso guía los sermones desde los púlpitos de una iglesia ramera, que se ha entregado tal como todo el mundo a su soberanía. Nuestra sociedad ha abandonado los sueños colectivos, y los ha abandonado por un individualismo absoluto, donde ya nos interesa lo que le ocurra al que esta a nuestro lado, a nuestro próximo, o prójimo, para un mejor entendimiento.

Al comprender que el hombre mató a Dios, podemos comprender de mejor manera la sociedad en la vivimos en la actualidad, un sociedad en la que, que tal como lo explicó Foucault, es el hombre quien termina muriendo, entregado a la conquista de los objetos y perdiéndose en medio de las estructuras que el hombre ha creado, generando una sociedad en la que podemos hacer una certera comparación con la antigüedad, en aquella antigüedad bíblica que nos describe el libro del Génesis, y que llevó la destrucción de aquella sociedad, el libro de Mateo nos dice :

“Más como en los días de Noé, así será la venida del hijo del hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mateo 24:37-39)

En la antigüedad la separación del hombre de su creador le llevó por sus propios caminos al dejar de alimentarse del árbol de la vida y elegir el del conocimiento, el hombre en su orgullo eligió construir la sociedad que ellos estimaron que necesitaban y que finalmente llenó sus caminos de violencia, de corrupción, de inmoralidad hasta llevarlos a la destrucción, la característica, como se ha expuesto anteriormente, es la misma hoy, el hombre accede a un conocimiento al que en ninguna etapa de nuestra historia había alcanzado, y de la misma manera, es el propio hombre quién llega a la destrucción de lo que ha creado, en los momentos en que el hombre parece alcanzar el zenit de su civilización las ambiciones y la locura desatada ha llevado a destruir los logros alcanzados, el siglo XIX culminó con grandes logros artísticos, culturales, sociales, económicos y comenzando el siglo XX la Primera Guerra Mundial destruyó toda una civilización, que continuó con la Segunda Guerra Mundial; en la actualidad donde nuevamente hemos alcanzado grandes logros, y aun mayores en todos los aspectos, nuestro mundo esta nuevamente al borde de la autodestrucción, y siguiendo la lógica de la humanidad, así ha de ser, el mundo ha entrado en un proceso de descomposición de su sociedad que nos ha de llevar inevitablemente a su destrucción, a la ruina de esta sociedad sin Dios, abandonando los valores que se establecieron por la palabra de YHVH, si en la antigüedad el mundo pereció por el agua, esta vez, como lo describe su palabra, será por el fuego, y eso es algo absolutamente posible y comprensible en nuestros días, el apóstol Pedro bien lo señala:
  
“Por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 Pedro 3:6-7).

“En aquel día los cielos desaparecerán con un estruendo espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada. Puesto que todas estas cosas han de ser desechas ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán desechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!” (2 Pedro 3:10-12)

La descripción que realiza el apóstol Pedro, es justo el temor de la humanidad en la actualidad donde la amenaza de una guerra nuclear se ha reactivado, y es el desenlace al que todos parecemos entender que es al que inevitablemente llegaremos. Como en otras etapas de la historia, la muerte de Dios a manos de los hombres, envanecidos en su soberbia, su orgullo y su vanidad, ha de llevarnos al resultado que ya conocemos, nuestra sociedad ya ha elegido el camino que desea seguir, y ese es claro, ha apostado por el aborto, la diversidad sexual, la búsqueda del placer, la adoración de falsos ídolos, la entrega al consumo y al capitalismo, como en los tiempos de Noé, así será la venida del hijo del hombre, y así exactamente es nuestra sociedad.

Las consecuencias de la muerte de Dios, son las que podemos ver ante nuestros ojos, su fruto es una sociedad en descomposición, que muy por el contrario está convencida que ha alcanzado el zenit de su civilización, por sus avances, por sus conquistas, por su evolución y su entendimiento social, pero como tal lo ha dejado de manifiesto la historia, y las propias escrituras, su fin es su destrucción. La visión de Nietzsche no se cumplió en su lado positivo, en aquella donde generaríamos una sociedad más virtuosa de acuerdo a lo que Zaratustra nos “enseñó”, no hubo un nacimiento de un niño que nos llevará hacia el nacimiento de una sociedad mejor, más evolucionada, más consciente; la visión de Nietzsche se cumplió en su lado negativo, la muerte de Dios trajo consigo la pérdida del sentido de la vida, y en ella hombre se ha extraviado y la muerte le ha alcanzado, siendo sus consecuencias inevitables la desesperación y el vacío, y en esas condiciones le ha correspondido enfrentar su última etapa en la historia.

Dios ha muerto, señaló Zaratustra, porque los hombres lo han matado…

A pesar que este era el último capítulo de este estudio, ha surgido una pregunta que debe ser contestada, ¿Que ocurre con los hijos de YHVH?, es una pregunta que merece una buena respuesta, por lo que pronto la contestaremos, mantente atento, hasta entonces…

Que la bendición de YHVH este sobre ti


Gabriel Elías.

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1.- Larraín, Jorge, El concepto de Ideología. Vol.3, Santiago, LOM Editores, 2009, pag. 29
2.- Ibid.

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